lunes, 3 de septiembre de 2007

29. Oradia


Oradia es la ciudad rumana más próxima a la frontera húngara, huella apenas desdibujada del imperio, pátina del tiempo, nada esconde su grandeza, las construcciones pastel emergen cual flores de asfalto, y las calles aledañas están bordeadas de árboles frondosos. El comunismo dejó también su marca en forma de calentadores y otras conexiones hidráulicas a la vista. Fuimos a cenar, la sopa típica es un gulash adentro de un pan circular. Vamos a buscar hotel, ya son más de las once, entramos a un viejo hotel encantador, con los vitrales rotos y los angelitos pintados de dorado barato, más bien cobrizo, con guirnaldas color verde pastel. La mujer de la recepción parece salir de alguna oficina de la Stasi (o su afiliada rumana). Mujer ya entrada en años, muy seria, está peinada con un chongo que le cubre la cabeza. Curioso, sobre el vidrio está pegado un papel arrugado con los precios de las habitaciones para locales y más caros, para extranjeros. Le informamos a la agente Stasi que vamos a buscar al coche las maletas y a sacar dinero. En el camino nos para la policía de frontera, habían llamado del hotel, tres extranjeras sospechosas sin equipaje ni dinero. Melina dijo que teníamos amigos en Rumanía, nos pidieron los pasaportes pero los habíamos dejado en el hotel con nuesta adorada agente (reconsiderada para un puesto de recepcionista, en aras de la comunidad europea). Ya antes nos habían prevenido de la corrupción de la policía rumana, que por ningún motivo les entregáramos documentos. Salimos de esa bien salvadas. De regreso al hotel, no dijimos nada, pero no faltaron las ganas de despeinar a la mujer. A modo de revuelta (sin revolución), arranqué todas las reglas impresas y pegadas sobre la puerta. Nuestro cuarto, decadente y con fisuras en el techo, con vista a un patio abandonado. Adios Rumanía. Vamos a cruzar la quinta y última frontera del viaje.